Cuando el ladrillo lo era todo en nuestras vidas
En homenaje a Domingo, Vicente, Francisca y Salvador Sempere *Morera, y al .hijo del hermano mayor, también Domingo Sempere.
Nací -sin buscarlo ni pedirlo- en el epicentro de una familia ladrillera. Mi madre, Maria la Gòria era la hija mayor de Vicente Sempere Morera, el segundo de los cuatro hermanos Sempere, los Gòrios. Fue mi bisabuelo, Domingo Sempere Santapau, quién montó el primer rajolar familiar a un sequer próximo al Camino de las Minas, al final del paseo de Els Rajolars. Allí, en principio todo va empezar haciendo tejas a mano con el barro y después vinieron las baldosas. La tradición ceramista de Oliva viene de hace muchos años. Los íberos ya tenían cerca del Castellar un espacio donde soterraban sus muertos con grandes urnas cerámicas. Y al menos dos hornos romanos testimonian que ya se hacían ánforas en nuestro pueblo en aquella época también.
El polvo y el barro transformaron nuestra tierra en negocio económico con el paso de los años siente la principal fuente económica junto con la agricultura. Para hacer las tejas se cogía como medida la parte superior de la pierna, de la rodilla hacia arriba, y después se dejaban secar al sol y se cocían al horno de leña. La transformación más importante de la empresa la llevaron a cabo los hijos del fundador: Domingo -que murió en la Guerra Civil y fue reemplazado por su hijo, también Domingo- mi uelo Vicent, mi tío Francisca, «el de la venta», que era lo tercero, y finalmente mi tío Salvador, el más pequeño de los cuatro.
En casa, de muy pequeño, recuerdo que se vivía y se hablaba de «la fábrica», es decir, de nuestro rajolar, de las cosas que pasaban, de la vida de las personas que trabajaban y -sobre todo- de los hechos familiares que transcurrían a su alrededor. Mi uelo Vicent nos dejó el 7 de febrero de 1974, con 63 años y cuando yo solo tenía manantial. Lo recuerdo como una persona alegre y que le gustaba bastante beber vino del porrón o ‘catalana’, y cantar con sus hermanos y sobrinos. Siempre iba vestido con blusón. Cuando se juntaban todos, era una gran fiesta.
Los recuerdos de la hija de uno de los propietarios de la fábrica San Francisco de Asís, Vicente Sempere: Maria Sempere
«La fábrica la montó mi uelo, Domingo Sempere Santapau. Recuerdo que era pequeña e iba al rajolar con mi hermano, puesto que mis uelos veraneaban allí. Nuestro rajolar estaba frente a la finca de Veses, al camino de Els Rajolars, y al lado había la finca del tio Gascó, donde tenía su huerto. Había domingos que subíamos a merendar. Teníamos el horno donde cocían las baldosas tocando el camino, que hacían a mano mi padre Vicente Sempere Morera y mis tios Francisco y Salvador, así como mi primo Domingo, que era hijo del hermano mayor, Domingo también.
Había muchas higueras a nuestro rajolar, una de tantas recuerdo que tocaba el camino, cerca del horno, y hacía unos higos pequeños pero muy dulces. Había una era muy grande en la cual, con moldes de madera, allí agachados, los trabajadores hacían las baldosas con el barro que se conseguía de la tierra que llevaban de nuestra mina, y la mezclaban con el agua de la gran balsa que teníamos, rodeada por más higueras. Aunque también recuerdo que teníamos otros árboles frutales. Con la tierra preparada y el agua hacían el barro, y la pasta la ponían en cabassets de esparto, no había todavía de goma. Y vendían los carros, que llevaban los panaderos que iban a hacer la leña en las montañas, para hacer marchar el horno que cocía las baldosas. Recuerdo que había un molde para hacer las baldosas y después lo refinaban por encima. Entonces hacían adobes y tejas a mano.
Muchos años después compraron las primeras máquinas para hacer las baldosas. Yo ya era más mayor y recuerdo que hicieron un horno redondo para cocerlas. Entonces los panaderos iban a turnos, unos por la noche y otros por el día. A partir de entonces hacían las baldosas agujereadas para hacer tabiques o paredes. Hicieron la oficina y tuvimos primeramente a Jorge Maurí, Enrique Gregori y después a Miguel Berbegall como administrativos.
Con el paso del tiempo pusieron teléfonos para todos y también compraron nuestros primeros turismos del dinero que se sacaron del rajolar: unos Seat 600, y el mío tenía como matrícula de València 163161. Recuerdo que vendieron también una parte de la mina, pero compramos un trozo al Elca grande para todos.
Ya al final de todo quisieron cambiar las maquinarias, pero resultó todo un fracaso. Ya no era hora de hacerlo. Antes llevaban las baldosas en Benitachell, Cullera o Moraira y Teulada, entre otros puntos. Y el Hotel Sicania de la playa de Cullera se construyó con baldosas de mi rajolar sin pagarlas, nunca las cobramos. Otros clientes también quedaron a deber las baldosas que se llevaron. Todo junto provocó que tuviéramos que cerrar el rajolar. Para pagar las maquinarias tuvimos que vender medio trozo del Elca, pero los tiempos habían cambiado, no se pedía tanto la baldosa porque habían aparecido los bloques y ya no era tan rentable como antes el hecho de trabajar la cerámica.»
La visión de un trabajador de la fábrica San Francisco de Asís: Diego Sanchez
«Corría el año 1955 cuando vinimos a Oliva los tres hermanos y mi padre. Procedíamos del pueblo de Ruso a Jaén. Veníamos a buscar una vida mejor en un lugar donde había trabajo. Trabajamos con Agalla, al Rajolar de Sempere y posteriormente desde 1962 al Rebollet donde entramos mi padre, mi hermano Juan Pedro y yo.
En el rajolar de Sempere, “el de la venta” trabajamos desde el año 1959 mi hermano Juan Sanchez y Salvador García, que llevaban los camiones Pegaso, y yo a la máquina con las baldosas, como todos. Llegamos a ser unos catorce trabajadores. Con la baldosa se trabajaba muy bien. Era un trabajo duro, dicen, pero pienso que realmente para el que tenía ganas de trabajar no lo era tanto. Al rajolar de los hermanos Sempere me encontré unos empresarios que pagaban bien, muy limpios y donde estuve a gusto.
Los camiones llevaban la tierra buena de un pueblecito junto a Llíria y la mezclábamos con la de aquí, la de la mina. A veces teníamos que ir al terrossar con una maza pequeña los tarrons de la tierra y picarlos para convertirlos en una arcilla mejor. Quitábamos las piedras. A los secadores, cuando se secaba ya se llevaba a la fábrica para hacer la pasta.
En aquella época nosotros todavía éramos muy jóvenes. Subíamos todos los trabajadores en armonía a las siete y media de la mañana, cada día, por el paseo de Els Rajolars hacia el trabajo. Pasábamos por la botigueta de Jesús y comprábamos algunas cosas que nos hacían falta. A unos los dejábamos al rajolar de Tercero, otros al de Benimeli y también al de Morera. Trabajábamos un horario que empezaba a las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. A la una tocaba la sirena para parar a comer y a las dos ya teníamos que ponernos de nuevo.
Recuerdo que en aquella época había mucho de respeto entre los «amos» y los trabajadores. Yo nunca llegué a desenfornar, pero hubo un trabajador en ese lugar, también cremaors. También había otro que iba cortando las baldosas con un hilo, cuando salía la pasta de la máquina. Nosotros estábamos con carros de madera para transportarlas.
Mi hermano Juan, igual que García, con los dos transportistas se llevaban muy bien, y los hermanos Sempere los querían mucho. Los camiones Pegaso los tenían siempre limpios. Cuando hacía algún ruido enseguida lo llevaban al taller. Con el tiempo sobraba gente y a nosotros siempre nos gritaban. Éramos conscientes que si el amo gana, tú también ganes. Los tres hermanos hemos pensado siempre así.
Verdaderamente guardo muchos buenos recuerdos de aquella época. Había mucho de trabajo, pero también mucha armonía entre los trabajadores. A media mañana nos poníamos a almorzar y sentábamos allá enmedio y nos contábamos nuestra vida.
Hablábamos de las xicones y de salir de fiesta e ir al baile al Apolo (Terrassa Mena), o al cine. Teníamos quince o dieciséis años. Solo hablábamos de cosas de esas, nunca de política. Aunque sí que alguna vez salía a las conversaciones el tema del fútbol. Justamente en la Terrassa Mena conocí a mi mujer yendo al baile. Los jueves íbamos a los futbolines frente al Apolo y jugábamos o echábamos al bracet. Con mi amigo Miguel Angel Vives, “el del Karting”. Lo pasábamos muy bien. La vida era entonces trabajar y disfrutar del ocio con los amigos.»
Una pequeña reflexión para acabar
Oliva tiene una deuda con un sector como la cerámica, que ha estado básico para su desarrollo a lo largo del pasado siglo XX. Hace unos años, el ayuntamiento decidió iluminar las chimeneas de Esl Rajolars, conscientes de su importancia. Todas ellas están protegidas en la actualidad, pero hace falta un plan de protección del que está de interés en el paseo de Esl Rajolars, y -por qué no- la redacción de un proyecto museístico de aquello que supuso esta industria para la ciudad. Por ejemplo, a través de un Centro de Interpretación que explico a las futuras generaciones el que fue la época dorada de la baldosa, que convirtió Oliva en la principal ciudad de España en producción y elaboración de baldosa, reuniendo a tener treinta fábricas en plena producción, casi todas en la zona de la partida de los Sequers, aunque algunas también se ubicaron en la salida de las carreteras de Pego y Dénia hacia el sur del casco urbano.
Por qué no adquirir el rajolar que esté en mejores condiciones, según los informes municipales, y que pueda ser todo un referente para la investigación y el conocimiento del mundo de la baldosa? Que sirva de base a futuros proyectos económicos que puedan estar relacionados con la materia. Oliva, de esta forma, pagaría la deuda que tiene y se sentiría orgullosa de su pasado y, sobre todo, del futuro que puede tener este importante espacio urbano reconvertido como motor económico del municipio.