La vida alrededor de las fábricas de baldosas de Oliva
Desde la antigüedad, Oliva ha jugado un gran papel en el mundo de la cerámica. Si bien sabemos y tenemos constancia que los íberos, en la zona del Castellar, los romanos, por el horno de la calle del Santísimo, y después los moriscos, fabricaron toda clase de objetos cerámicos en la ciudad en diferentes épocas, fue a partir de 1880 cuando la fabricación empezó a adquirir una gran importancia. Los hornos morunos donde se cocía la teja, *rasilla y baldosa fueron de gran utilidad. Algunos de ellos llegaron a funcionar hasta finales de 1950 y principios de 1960. Pero fue en la primera década de 1900 cuando se inició la fabricación en serie de baldosas y tejas en el paseo de Els Rajolars, cosa que hizo duplicar la población en una veintena de años.
Las siete primeras fábricas registradas en el registro de industrias, según consta en los datos del Museo de Cerámica de Manises, fueron las de Blas Sendra, Pascual Sendra, José Tercera, Juan Bañó, Ricardo Navarro, Salvador Pérez i Salvador Morera. Pocos años más tarde, en 1914, se sumaron cinco más, las de Juan García, Salvador Cots, Lorenzo Gil, E. Vicente y Francisca Soria.
Pero fue diecisiete años más tarde, en 1931, cuando Oliva empezó a producir toda clase de baldosas, tejas y *bardos, que se distribuían por todo España y parte de Europa. Este año se dieron de alta las fábricas de C. Gascó, Antonio Mestre, Miguel Pascual, Dolores Malonda, Vicente Gregori, Vicente Morató, Vicente Savall, los hermanos Francisca y Miguel Tercem, Salvador y Francisca Sendra, y Ramón Pons García.
Podríamos decir con certeza que en aquella década nació a Oliva la industria pesada de la cerámica. Sin embargo, no fue hasta la primera mitad de los años 40 que la industria local de la baldosa y la teja fue objeto de fuertes demandas de este preciado material. Todo esto requería más productividad, más personal para realizar las tareas, y por supuesto adaptarse y modernizarse al nuevo reto.
En la segunda mitad de la década, en 1946, se dieron de alta otras tres fábricas más. La de la viuda de Vicente Llopis, la de la viuda de José Mestre y la de Vicente Benimeli. A este imparable crecimiento de fábricas se sumaron otros como la de los hermanos Navarro y los hermanos Pérez, hermanos Gilabert, Bolinches, Pastor, Martí y la viuda de Morera. En total, llegaron a convivir en el pueblo unas treinta fábricas.
Detrás de toda industria estaba la parte humana. Un gran número de familias vivían y trabajaban alrededor de las fábricas. Algunos encargados incluso trabajadores más destacados, vivían en el interior de las naves, como fue el caso de la San Blas. La vida de estas familias del paseo de Els Rajolars, la Senda de los Ladrones, las Delicias, o las Minas (el que hoy en día es una parte del tanatorio) se organizaba de manera modesta por ciertas necesidades, como por ejemplo el agua potable y la luz. La población de estos lugares, en constante expansión por las familias que se reagrupaban, y los nacimientos, hicieron que la parroquia de San Francisco de Asís fuera cada vez más importante.
Pero, ¿por qué todo este crecimiento y desarrollo industrial? ¿Qué fue su origen? Podríamos decir que la naranja jugó un gran papel. Y también al finalizar la Guerra Civil española se empezó a construir de manera regular. Esto hizo que hubiera una constante demanda de baldosa. Y Oliva lo tenía todo.
Las fábricas iniciaron un relevante proceso de modernización, cambiaron los hornos morunos, de menos capacidad, por otros de mayor cabida, y construyeron los hornos Hoffman, de origen alemán, y sus grandes chimeneas, produciendo cada vez más, por lo cual hacía falta también aumentar el número de trabajadores.
En la década de los 50, la demanda fue tan importando que corrió la voz y un gran número de trabajadores de todas las edades y de diferentes regiones de España como Castilla-La Mancha, Extremadura o Andalucía, llegaron a Oliva en busca de trabajo. Una vez conseguida, con los primeros ahorros, estos hombres empezaron a llevar a sus esposas e hijos, padres, hermanos, familiares y amigos.
Primeras familias
1916. Una de las primeras familias forasteras a llegar a Oliva, y más concretamente al barrio de Sant Francesc, fueron Antonio Navarro Abad, de 22 años, y su esposa Rosa Gil Girona, de 20, acompañados por sus respectivas madres, Isabel y *Cayetana, viudas las dos. Una familia muy humilde, él procedía de la provincia almeriense, y ella de Cartagena. Vivieron cerca del agua potable de Bolinches, en el camino de la Carrasca. Durante varios años fueron masoveros del cura Sanchis, que tenía una propiedad allí mismo.
El señor Antonio y la señora Rosa, como los denominaban quién los conocían, tuvieron ocho hijos, seis de ellos nacidos a Oliva. Cinco niños y tres niñas, tres de los cuales murieron de corta edad. Con los años, la familia se trasladó a vivir en la calle del Niño. El padre trabajó un tiempo en las minas como peón, y finalmente en la fábrica de baldosas San Blas, donde se jubiló. Su hijo Francisco fue maestro obrero, mientras que Antonio, José María i Joaquín fueron quemadores, cocían la baldosa en la misma fábrica.
Como todos los quemadores de la época, los tres eran especialistas del fuego. La temperatura y la cocción de la baldosa se calculaban a ojo, y todos los quemadores dominaban el oficio.
Isabel la Mecheta, su hija, trabajó de auxiliar de enfermería en la colonia del camino de la Carrasca, atendiendo los niños durante la guerra junto con otros jóvenes. Más tarde, trabajó en casa del abogado Soler, con la familia del cual estrechó un fuerte lazo de amistad. Isabel marchó a vivir en València al casarse con un chico de la capital, pero su amistad con los Soler perduró hasta su muerte, a los 90 años de edad.
Mecheta es uno de los tantos sobrenombres que tenían las familias. El señor Antonio, para salir adelante a su familia, vendía piedras de mecheros, mecheros y mechas, caramelos y otras golosinas a la estación de tren, en el ayuntamiento, en el paseo, en los cines o al mercado. Con el tiempo, el sobrenombre fue ganando terreno y Antonio fue conocido como el tio Antonio Mecha. Así lo recuerdan a él y a sus descendentes las personas mayores que todavía viven en nuestra ciudad.
A partir de 1940, llegaron a Oliva muchos trabajadores de los pueblos del alrededor, la Font d’en Carròs, Bellreguard, l’Alqueria de la Comtessa, Piles. Venían en bicicleta y después de la jornada laboral volvían a sus casas. También otras regiones emigraron a Oliva, y la gran mayoría se instalaron definitivamente y formaron su familia. Hoy sus descendentes, después de varias generaciones, están completamente integrados.
De los forasteros que llegaron a las fábricas de Oliva, citaré algunos nombres, y a otros por los sobrenombres, para rescatarlos del pasado y llevarlos en este viaje intergeneracional: José Muñoz y su esposa Paquita, Manolo Rueda, Emeterio y su esposa Rogelia, Pepe lo Chatarrero y su esposa Lola, Andrés y su esposa Isabel, Felipe Muñiz y su esposa Ana, con los padres de ella. Roque y su esposa Magdalena, Hilarión y su esposa, Josa y su esposa. Los hermanos Gutiérrez, Vinuesa, Juan Galera, Moreno y su esposa Angelita, Vera y su esposa, el Pichi y su esposa, Antonio Arias y su esposa, Emilio y su esposa ‘la Prese’. La familia Díaz del motor de riego, la familia Villena Fuentes, Fidel, los Vilches, Machín, el Pirulo, José lo Pelicano, la familia Romera, la familia Torres, León … Los de Oliva y cercanía, José Mozo, el tío Tronco, arriero de la San Blas, el Fabri, Fernando Cerdà, el tío Cuadrao, los hermanos Alcaraz … Podríamos llenar esta y otra página más con los nombres de todos, o una gran parte, de quienes pasaron por las fábricas; con el tiempo, estoy seguro que lo haremos.
1950, los años de creación de tiendas de comestibles y bares
Esta nueva población, con costumbres diferentes (pantalones de pana, la famosa boina manchega, las comidas, la lengua), tuvieron que adaptarse a los hábitos de los oliveros. Y esto requería tiempo. Después de una larga jornada laboral, labradores y leñadores se reunían en el bar Puerta del Sol. Mulas, asnos, caballos y carros esperaban ante el lugar social, pacientemente, que sus amos acabaron la cerveza o el vaso de vino para volver al pesebre de la ruda jornada. A Oliva había muchos bares, pero este era lo más próximo de todos los de la zona y era frecuentado mayoritariamente por vecinos del pueblo. Después de acabar la jornada, los trabajadores forasteros paraban allí para tomar una copa y charlar, lo cual mitigaba la lejanía de sus familiares y la añoranza por las costumbres de su tierra natal.
Entre ellos hubo visionarios, que pensaron a aportar alegría a los recién llegados a la vez que se ganaban la vida. Uno de ellos fue Paco, que abrió el bar Paco a finales de 1950, en la carretera de Dénia, ofreciéndoles la cocina a la cual estaban acostumbrados. El resultado fue todo un éxito que perduró muchos años. Más tarde, se abrieron el bar Navarro (hoy bar Olímpico) y el bar Lo Leñador, especializados en esta clientela.
1950, barriada del paseo de Els Rajolars
Con el aumento de la población, las necesidades crecieron y en la segunda mitad de los 50, en el paseo de Els Rajolars, se abrieron dos tiendas. La primera fue la de Jesús Cerdà, situada frente a La Salvaora, y la segunda la de Antonio Navarro ‘Bigot’, ante la San Blas. La llegada a Oliva de trabajadores que vendían solo fue tan destacada que ambas tiendas de ultramarinos tuvieron que hacer a la vez de tienda, bar y puesta. Jesús Cerdà edificó la parte superior de su casa y construyó varias habitaciones para acoger los forasteros. Sus hijos llenaban las calles de vida, con un constante vaivén de personas que, incluso por las tardes y los días festivos, paseaban por la zona.
1950-1960, barriada de las Delicias y Font de Pulga
La tienda de Jesús Cerdà, en las Delicias, estaba próxima a la carretera, en dirección al cementerio. Aquí se construyeron una decena de casas, además de las existentes en los huertos del alrededor. La tienda de Balaguer se ubicaba junto a la fábrica de Gilabert o Chorro, en dirección a la Font de Pulga, a continuación del que hoy es el tanatorio. Aquí mismo había una hilera de casas, cinco o seis, todas al lado de la carretera donde vivían familias de trabajadores de la fábrica La Santana (anteriormente de Bolinches), el propietario de la cual era ‘Ramoncito’ Pons, hijo de Ramón Pons, amo de la San Blas. Las casas no tenían ni luz ni agua, al menos al principio, y las familias lavaban la ropa y recogían el agua en el río de la Font de Pulga.
Detrás de las casas, pegado a ellas, había un grande esparcido donde se esparcía gran parte del material extraído de la mina, situada justo al lado, y los pedrots más grandes se allanaban con mazas a base de brazos por los mineros de la fábrica.
1950-1960, barriada de la Senda de los ladrones y finca del cementerio
En este periodo, se edificó mucho en la zona de Senda de los Ladrones. Nacieron varias calles como por ejemplo los de la Luna, del Sol, del Poeta Juan Ramón Jiménez, de Platera o de Capurri. La gran mayoría de casas fueron construidas por las familias recién llegadas de trabajadores de las fábricas.
A partir de 19SS, la calle hoy de los Condes Gilabert de Centelles empezó a crecer de manera constante, así como su paralelol y alrededores. Las ermitas, el abrevadero de animales entre las carreteras de Dénia y de Pego, el antiguo surtidor de gasolina, el amplio tejido comercial, el primero gran edificio construido a Oliva Ga finca del cementerio), y sobre todo la gran industria de la cerámica y la diversidad de sus habitantes, hicieron del barrio de Sant Francesc un lugar especial.